7 vinos para 7 platos (casi) imposibles de maridar.

 

El riesgo de decepción es siempre alto cuando intentamos armonizar vino y escabeches, vinagretas, alcachofas, espárragos, ajo, algunos quesos especialmente fuertes o aliños exóticos como el curry. Son elaboraciones e ingredientes difíciles de maridar con vino, pero no imposibles. Te damos algunos consejos.

Curry y Jerez

Puede sonar a cuento, pero lo cierto es que los aromas del curry están presentes en algunos vinos, aunque suelen aparecer envueltos en un buqué de manzana, nueces y frutos secos. Tomando estos matices como punto de partida, podemos viajar sin miedo hasta Jerez para acompañar nuestro pollo al curry, o cualquier otra receta basada en esta mezcla de especias asiática que tengamos en mente.

Un fino, una manzanilla o un amontillado irán siempre de la mano con nuestros currys (como acompañante o como un ingrediente más de la receta), limpiando el paladar y aguantando la intensidad de sabor con entereza. Si el curry es un poco picante, un oloroso o un palo cortado tampoco nos defraudarán.

Hortalizas y blanco joven.

Si tuviésemos que elegir un archienemigo global para el vino, sería sin duda la alcachofa, por su textura y su potencia de sabor. Aunque el espárrago y el puerro también son buenos aspirantes a villano en esta historia. Aún así, ya es hora de acabar con el mito de que las verduras y hortalizas no maridan bien porque, si elegimos adecuadamente, podremos disfrutar de la frescura de los platos verdes con una copa de vino.

Los rosados pueden ayudarnos a tal fin. Sobre todo los afrutados. También algunos vinos blancos jóvenes, suaves y frutales. Y, por supuesto, los espumosos. A lo que tendremos que renunciar, si no queremos correr riesgos, es al vino tinto.

Comida thai y tinto afrutado.

Un vino con el toque dulce propio de la uva, como puede ser un rosado o un tinto ligero de monastrell, garnacha o merlot, funciona a la perfección si lo que queremos es armonizar comida tailandesa o combinar esos acordes dulce-salados de la gastronomía asiática. Para las recetas muy salpimentadas, los vinos ligeramente golosos contribuyen a suavizar el paladar y acompañar el bocado sin eclipsarlo.

Queso azul y vino dulce.

La fuerza de quesos azules como el cabrales, el roquefort o el fourme de Ambert, puede resultar complicada de armonizar con vino. En estos casos, lo ideal es rebajar esa fiereza con un vino licoroso tipo Porto o Jerez, una vendimia tardía de moscatel, un dulce añejo de malvasía como el Canari canario, o un vino ‘botrotizado’ o de podredumbre noble tipo Sauternes o Tokaj. El dulzor natural de estos vinos somete el picante del queso acentuando su redondez y regalándonos un trozo de cielo en cada bocado.

Vinagretas y escabeches con vermú.

El vinagre es otro de los grandes enemigos del vino. Con lo que la vinagreta y el escabeche, por definición, también. Un vino blanco con toques ácidos o un espumoso pueden ser buenas opciones de maridaje, lo mismo que un vino de Jerez. La sutileza de estos últimos es capaz de eliminar la dureza del vinagre.

Pero hay opciones un poco más allá del vino, sin salirse del todo del fermentado de uva y sin recurrir a la cerveza (por cierto, con una negra ligera, chapó). Hablamos del vermú. El blanco va bien con el sabor de los escabeches. Y el rojo acompaña estupendamente las vinagretas. Pero te invitamos a que hagas pruebas tú mismo.

Queso crema y espumoso.

La torta del Casar, el camembert o cualquier queso crema que se nos venga a la cabeza, no resulta tan fácil de maridar como pensamos. Precisamente esa cremosidad, que suele ir acompañada de una intensidad de sabor elevada, puede arruinarnos el disfrute del vino. Para evitarlo, lo mejor es recurrir a la burbuja. La efervescencia de un vino espumoso, ya sea champán, cava o prosecco (incluso una sidra), le dará un latigazo de humildad a la grasa del queso, rebajando su altivez y permitiéndonos de disfrutar de ambos manjares en santa compañía.

Ajo y blanco con crianza.

Uno de los mayores retos para los sumilleres es conseguir armonizar un plato elaborado con ajo. Su fuerte aroma y su inconfundible sabor pueden arruinar los sutiles aromas de la crianza de un vino envejecido en madera, pero también eclipsar los matices afrutados de los vinos jóvenes. La cosa está complicada. Lo mejor es optar por un blanco, pero un blanco con crianza. De esta manera nos aseguraremos que el vino tenga el cuerpo necesario para soportar el golpe del ajo y la intensidad aromática adecuada para acompañarlo, sin perdernos en la complejidad de un tinto.